Ícaro
¿Será,
entonces, que pertenezco a los cielos?
¿Por qué,
si no, persistirían los cielos
en clavar
en mí su azul mirada,
instándome,
y a mi mente, a subir
cada vez
más, a penetrar en la bóveda celeste,
tirando
de mí sin cesar hacia unas alturas
muy por
encima de los humanos?
¿Por qué,
cuando se ha estudiado a fondo el equilibrio
y se ha
calculado el vuelo hasta sus últimos detalles
de manera
a eliminar todo elemento aberrante:
por qué,
con todo, este afán de remontarse
ha de
parecer, en sí mismo, tan próximo a la locura?
Nada hay
que pueda satisfacerme;
toda
novedad terrena pierde en seguida su encanto;
me siento
atraído hacia arriba sin cesar, más inestable,
cada vez
más cerca de la refulgencia del sol.
¿Por qué
me abrasan, estos rayos de razón,
por qué
me destruyen estos rayos?
Pueblos y
sinuosos ríos allá abajo
me
parecen tolerables a medida que aumenta la distancia.
¿Por qué
suplican, consienten, me tientan
con la
promesa de que puedo amar lo humano
viéndolo
únicamente, así, a lo lejos
aunque la
meta nunca pudo ser el amor,
ni, de
haberlo sido, podría yo haber
pertenecido
jamás a los cielos?
No he
envidiado al ave su libertad,
ni
anhelado nunca la comodidad de la naturaleza,
impulsado
no por otra cosa que por el extraño anhelo
de
subir y subir, más cerca cada vez, para zambullirme
en el
profundo azul del cielo, tan opuesto
a toda
alegría de los órganos, tan alejado
de los
placeres de la superioridad,
pero
siempre hacia arriba,
aturdido,
tal vez, por la vertiginosa incandescencia
de unas
alas de cera.
¿O es que
yo,
al fin y
al cabo, pertenezco a la tierra?
¿Por qué,
si no, habría de darse la tierra
tanta
prisa en abarcar mi caída?
Sin
conceder espacio para pensar o sentir,
¿por qué
la blanda, indolente tierra
me
saludaba con una sacudida de chapa de acero?
La tierra
blanda ¿se habrá vuelto de acero
sólo para
hacerme ver mi propia blandura?,
¿para qué
la naturaleza pueda hacerme comprender
que caer
-no volar- está en el orden de las cosas,
algo
mucho más natural que esa pasión imponderable?
El azul
del cielo ¿será un sueño y nada más?
¿Era un
invento de la tierra a que yo pertenecía,
por causa
de la provisoria, candente embriaguez
alcanzada
brevemente por unas alas de cera?
¿Instigaron
los cielos ese plan de castigarme
por no
creer en mí mismo
o por
creer demasiado;
ansioso
de saber a quién debía yo lealtad
o
suponiendo, vanidosamente, que ya lo sabía todo;
por
querer volar
hacia lo
desconocido
o lo
conocido;
ambos una
misma mota, azul, de idea?
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