viernes, 29 de abril de 2016

Caminos del espejo (Alejandra Pizarnik)





Caminos del espejo

 

I
Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.


II

Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche.


III

Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.


IV

Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene.


V

Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona el viento en el umbral.


VI

Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.


VII

La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos.


VIII

Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.


IX

Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones.


X

Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.


XI

Al negro sol del silencio las palabras se doraban.


XII

Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.


XIII

Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo? Deseaba un silencio perfecto. Por eso hablo.


XIV

La noche tiene la forma de un grito de lobo.


XV

Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.


XVI

Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.


XVII

Algo caía en el silencio. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa.


XVIII

Flores amarillas constelan un círculo de tierra azul. El agua tiembla llena de viento.


XIX

Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.
 

miércoles, 27 de abril de 2016

Carta de José Revueltas a Octavio Paz


Muy bien habría logrado reunir aquí Martín Dozal sus dos, sus tres docenas de libros, su Baudelaire, su Juan Ramón Jiménez, su Miguel Hernández, su Pablo Neruda, su Octavio Paz. 2, 3 docenas de libros; ah, que bello es decirlo aquí, los 20, los 30 libros, qué amoroso resulta, qué callada y paciente aventura esconde. Han venido uno a uno hasta llegar a sus manos- y ahora a las mías-, y aquí están para esa visita antigua, renovada, que se convino con nuestras gentes, de sus manos a las nuestras, de nuestros ojos a los suyos, ¿cómo decirlo?, años no, sueños atrás, desde entonces, desde aquel entonces -éste de hoy mismo, éste de no importa qué día de visita-, tan lleno de la confiada seguridad moral, del sosiego cálido y humilde con que nos miran a través de esa forma severa y religiosa que aquí toma el amor, cuando vienen a visitarnos, nuestras gentes y nuestros libros, cuando vienen a visitarnos y a quedarse aquí en la cárcel con nosotros, todo lo que nos ama y lo que amamos. Han venido desde los años y los sueños más distantes y más próximos y aquí están en la celda que ocupamos Martín Dozal y yo, su Baudelaire, su Proust, mi Baudeliare, mi Proust, nuestro Octavio Paz.
Martín Dozal lee a Octavio Paz; tus poemas, Octavio, tus ensayos, los lee, los repasa y luego medita largamente, te ama largamente, te reflexiona, aquí en la cárcel todos reflexionamos a Octavio Paz, todos estos jóvenes de México te piensan, Octavio, y repiten los mismos sueños de tu vigilia.
Pero puesto que estas palabras se escriben para hablar de ti, Octavio, antes de hablar de estos jóvenes que en la cárcel de Lecumberri leen tu obra, he de decirte quién es Martín Dozal, mi compañero de celda, mi hermano, Octavio, nuestro hermano.

Un día cualquiera de este mes de julio, Martín cumplió 24 años y realmente ésa es la cosa: está preso por tener 24 años, como los demás, todos los demás, ninguno de los cuales llega todavía a los treina y por ello están presos, por ser jóvenes, del mismo modo en que tú y yo lo estamos también, con nuestros cincuenta y cinco años cada uno, también por tener esa juventud del espíritu, tú, Octavio Paz, gran prisionero en libertad, en libertad bajo poesía. Porque si leen a Octavio Paz es por algo. No son los jóvenes ya obesos y solemnes de allá afuera, los secretarios particulares, los campeones de oratoria, los ganadores de flores naturales, los futuros caciques gordos de Cempoala, el sapo inmortal. Son el otro rostro de México, del México verdadero, y ve tú, Octavio Paz, míralos prisioneros, mira a nuestro país encarcelado con ellos. Martín Dozal lee a Octavio Paz en prisión. Hay que darse cuenta de todo lo que esto significa, cuán grande cosa es, qué profunda esperanza tiene este hecho sencillo. Hubo pues de venir este tiempo, estos libros, esta enseñanza que nos despierta. 

Martín Dozal tiene 24 años, es un joven maestro inalcanzable y bello que trabajaba sus 24 años, sus 24 horas diarias en las aulas, en las escuelas, en las asambleas, que enseñaba poesía o matemáticas e iba de un lado para otro, con su iracunda melena, con sus brazos, entre las piedras secas de este país, entre los desnudos huesos que machacan otros huesos, entre los tambores de piel humana, en el país ocupado por el siniestro cacique de Cempoala.

No, Octavio, el sapo no es inmortal, a causa, tan sólo, del hecho vivo, viviente, mágico de que Martín Dozal, este maestro, en cambio, sí lo lea, este muchacho preso, este enorme muchacho libre y puro. Y así en otra celdas y otras crujías, Octavio Paz, en otras calles, en otras aulas, en otros colegios, en otros millones de manos, cuando ya creíamos perdido todo, cuando mirabas a tus pies con horror el cántaro roto. Ay, la noche de México, la noche de Cempoala, la noche de Tlaltelolco, el esculpido rostro de sílex que aspira el humo de los fusilamientos. Este grandioso poema tuyo, ese relámpago, Octavio, y el acatamiento hipócrita, la falsa consternación y el arrepentimiento vil de los acusados, de los periódicos, de los sacerdotes, de los editoriales, de los poetas-consejeros, acomodados, sucios, tranquilos que gritaban al ladrón y escondían rápidamente sus monedas, su excremento, para conjurar lo que se había dicho, para olvidarlo, para desentenderse, mientras Martín Dozal -entonces de 15 años, de 18, no recuerdo- lo leía y lloraba de rabia y nos hacíamos todos las mismas preguntas del poema: "¿Sólo el sapo es inmortal?"

Hemos aprendido desde entonces que la única verdad, por encima y en contra de todas las miserables y pequeñas verdades de partidos, de héroes, de banderas, de piedras, de dioses, que la única verdad, la única libertad es la poesía, ese canto lóbrego, ese canto luminoso.

Vino la noche que tú anunciaste, vinieron los perros, los cuchillos, "el cántaro roto caído en el polvo", y ahora que la verdad te denuncia y te desnuda, ahora que compareces en la plaza contigo y con nosotros, para el trémulo cacique de Cempoala has dejado de ser poeta. Ahora, a mi lado, en la misma celda de Lecumberri, Martín Dozal lee tu poesía.

CÁRCEL PREVENTIVA, 19 DE JULIO DE 1969.

viernes, 22 de abril de 2016

NO PUEDES ESCRIBIR UNA HISTORIA DE AMOR (Charles Bukowski)




NO PUEDES ESCIBIR UNA HISTORIA DE AMOR 



  
     Margie iba a salir con ese tío pero en el camino el tío se encontró con otro tío vestido con un abrigo de cuero y el tío del abrigo de cuero abrió el abrigo de cuero y le enseñó al otro tío las tetas y el otro tío se dirigió a Margie y le dijo que no podía mantener su cita porque el tío del abrigo de cuero le había enseñado las tetas y tenía que ir a follarse a ese tío. Así que Margie se fue a ver a Carl. Carl estaba en su casa, y Margie se sentó y le dijo:

     -Ese tío iba a llevarme a la terraza de un café, íbamos a beber algo de vino y a hablar, sólo beber vino y hablar, nada más, pero en el camino ese tío se encontró a otro tío con un abrigo de cuero, y el tío del abrigo de cuero le enseño las tetas al otro tío y ahora ese tío se ha ido a follar con el tío del abrigo de cuero, así que me quedé en la terraza, sin vino y sin charla.

     -No puedo escribir nada –dijo Carl-. He perdido la inspiración.

     Entonces se levantó y se fue al baño, cerró la puerta y se puso a cagar. Carl echaba cuatro o cinco cagadas al día. No tenía otra cosa que hacer. Se bañaba cuatro o cinco veces al día. No tenía otra cosa que hacer. Se emborrachaba por la misma razón.

     Margie oyó el ruido de la cadena del retrete. Carl salió.

     -Ocurre simplemente que un hombre no puede escribir ocho horas al día. Ni siquiera puede escribir todos los días, ni todas las semanas. Agota su mente, es una desesperación fija. Ahora no puedo hacer otra cosa que esperar.

     Carl se fue hacia la nevera y salió con un pack de seis cervezas. Abrió un botellín.

     -Soy el escritor más grande del mundo –dijo-, ¿Sabes lo difícil que resulta?
Margie no contestó.

     -Puedo sentir cómo el dolor se arrastra por todo mi ser. Igual que una segunda piel. Me gustaría poder cambiar de piel como las serpientes.

     -Bueno, ¿Por qué no te revuelcas en la alfombra y tratas de desprendértela?
 
     -Escucha –dijo él-. ¿Dónde te conocí?
 
     -En la tienda de legumbres de Barney.
 
     -Bueno, eso lo explica un poco. Tómate una cerveza.

     Carl abrió una botella y se la pasó.

     -Ya –dijo Margie-, ya sé. Necesitas tu soledad. Necesitas estar solo. Excepto cuando necesitas algo, excepto cuando cortamos de una vez y entonces te sientes perdido y enseguida te pones a llamar por teléfono diciéndome que me necesitas, que te estás muriendo de la resaca. Eres débil y te rajas rápido.
 
     -Sí, me debilito rápido.

      -Y eres tan estúpido conmigo, nunca te pones caliente. Vosotros los escritores sois tan… delicados… no podéis soportar a la gente. La humanidad hiede, ¿cierto?
 
     -Cierto.
 
     -Pero cada vez que cortamos empiezas a dar fiestas gigantescas de cuatro días. Y de repente te vuelves ingenioso. ¡Empiezas a hablar! De repente estás lleno de vida, hablando, cantando, bailando. Bailas en la mesita de café, lanzas botellas por la ventana, interpretas fragmentos de Shakespeare. De repente estás vivo, cuando yo me voy. ¡Oh, me han contado cosas de esto!
 
     -No me gustan las fiestas. Me disgusta especialmente la gente en las fiestas.


     -Pues para ser un tío al que no le gustan las fiestas, celebras unas cuantas.
 
     -Escucha, Margie, no entiendes. Ya no puedo escribir. Estoy acabado. En algún lugar torcí el rumbo. En algún lugar morí en medio de la noche.
 
     -De la única manera en que te vas a morir es de una de tus monumentales resacas.
 
     -Jeffers dijo que incluso los hombres más fuertes pueden quedar atrapados.
 
     -¿Quién era Jeffers?
 
     -El tío que convirtió el Gran Sur en una trampa para turistas.
 
     -¿Qué vas a hacer está noche?
 
     -Iba a irme a escuchar las canciones de Rajmáninov.
 
     -¿Quién es ese?
 
     -Un ruso muerto.
 
     -Mírate. Te quedas ahí sentado como un idiota.
 
     -Estoy esperando. Algunos tíos aguardan dos años. A veces la inspiración no vuelve nunca.
 
     -Supón que no te vuelve nunca.
 
     -Entonces me pondría mis zapatos y bajaría andando por Main Street.
 
     -¿Por qué no te buscas un trabajo decente?
 
     -No hay ningún trabajo decente. Si un escritor abandona la creación, está muerto.
 
     -¡Oh, vamos, Carl! Hay millones de personas en el mundo que no trabajan en la creación. ¿Quieres decir que están muertas?
 
     -Sí.
 
     -¿Y tú tienes alma? ¿Eres de los pocos con alma?
 
     -Podría decirse que sí.
 
     -¡Podría decirse que sí! ¡Tú y tu miserable maquinita de escribir! ¡Tú y tus cheques enanos! ¡Mi abuela gana más dinero que tú!

     Carl abrió otra botella de cerveza.

     -¡Cerveza! ¡Cerveza! ¡Tú y tu condenada cerveza! Está presente incluso en tus historias: <<Marty cogió su cerveza. Al levantar su mirada, vio a una magnífica rubia entrar en el bar y sentarse a su lado…>> Tienes razón. Estás acabado. Tu material es limitado, muy limitado. No puedes escribir una historia de amor, ni siquiera puedes escribir una historia de amor decente.
 
     -Tienes razón, Margie.
 
     -Si un hombre no puede escribir una historia de amor es un inútil.
 
     -¿Cuántas has escrito tú?
 
     -Yo no pretendo ser escritora.
 
     -Pero –dijo Car- pareces adoptar una pose de estúpido crítico literario.

     Margie se fue pronto después de eso. Carl se sentó y se bebió el resto de las cervezas. Era verdad, la literatura le había abandonado. Esto haría felices a sus enemigos de las catacumbas. Podrían subir un jodido escalón. La muerte les complacía, tanto a subterranéos como a escritores con éxito.  Recordaba a Endicott, sentado allí y diciendo: <<Bueno, Hemingway se fue, Dos Passos se fue, Patchen se fue, Pound se fue, Berryman se tiró desde un puente, todos muertos… Las cosas cada vez están mejor y mejor y mejor.>>

     Sonó el teléfono. Carl lo cogió.

     -¿Señor Gantling?
 
     -¿Sí? –contestó.
 
     -Quisiéramos saber si le gustaría usted venir a dar una lectura en el Fairmount College.
 
     -Bueno, sí. ¿Para qué fecha?
 
     -El treinta del mes próximo.
 
     -No creo tener nada que hacer para entonces.
 
     -Pagamos cien dólares.
 
     -Me suelen dar ciento cincuenta. Ginsberg cobra mil.
 
     -Pero es Ginsberg. Sólo podemos ofrecerle cien dólares.
 
     -De acuerdo
 
     -Muy bien señor Gantling. Le mandaremos los detalles.
 
     -¿Qué me dice del viaje? Son varias horas de carretera.
 
     -De acuerdo, veinticinco dólares por el viaje.
 
     -Bien.
 
     -¿Le gustaría hablar a algunos de los estudiantes en sus aulas?
 
     -No.
 
     -Hay un almuerzo gratis.
 
     -Está bien.
 
     -Muy bien, señor Gantling, esperamos verle en el campus.
 
     -Adiós.

     Carl dio unas vueltas por la habitación. Miró la máquina de escribir. Puso una cuartilla de papel en el rodillo, se asomó a la ventana y vio pasar a una chica con una minifalda increíblemente corta. Empezó a escribir:

      << Margie iba a salir con ese tío pero en el camino el tío se encontró con otro tío vestido con un abrigo de cuero y el tío del abrigo de cuero abrió el abrigo de cuero y le enseñó al otro tío las tetas y el otro tío se dirigió a Margie y le dijo que no podía mantener su cita porque el tío del abrigo de cuero le había enseñado las tetas…>>

      Carl cogió su cerveza. Era agradable volver a escribir otra vez¨.  



miércoles, 20 de abril de 2016

Carta de Alejandra Pizarnik a Silvina Ocampo

B. A. 31/1/72
 
Ma très chère,
Tristísimo día en que te telefoneé para no escuchar sino voces espúreas, indignas, originarias de criaturas que los hacedores de golems hacían frente a los espejos (cf. von Arnim).
Pero vos, mi amor, no me desmemories. Vos sabés cuánto y sobre todo sufro. Acaso las dos sepamos que te estoy buscando. Sea como fuere, aquí hay un bosque musical para dos niñas fieles: S. y A.
Escribime, la muy querida. Necesito de la bella certidumbre de tu estar aquí, ici-bas pourtant [aquí abajo, sin embargo]. Yo traduzco sin ganas, mi asma es impresionante (para festejarme descubrí que a Martha le molesta el ruido de mi respiración de enferma.) ¿Por qué, Silvina adorada, cualquier mierda respira bien y yo me quedo encerrada y soy Fedra y soy Ana Frank?
El sábado, en Bécquar, corrí en moto y choqué. Me duele todo (no me dolería si me tocaras –y esto no es una frase zalamera). Como no quise alarmar a los de la casa, nada dije. Me eché al sol. Me desmayé pero por suerte nadie lo supo. Me gusta contarte estas gansadas porque sólo vos me las escuchás. ¿Y tu libro? El mío acaba de salir. Formato precioso. Te lo envío a Posadas 1650, quien, por ser amante de Quintana, se lo transmitirá entre ascogencia y escogencia.
Te (les) envié aussi un cuaderniyo venezol-ano con un no sé qué de degutante (como dicen Ellos). Pero que te editen en 15 días (…) Mais oui, je suis une chienne dans le bois, je suis avide de jouir (mais jusqu’au péril extrême). Oh Sylvette, si estuvieras. Claro es que te besaría una mano y lloraría, pero sos mi paraíso perdido. Vuelto a encontrar y perdido. Al carajo los greco-romanos. Yo adoro tu cara. Y tus piernas y, surtout (bis10) tus manos que llevan a la casa del recuerdo-sueños, urdida en un más allá del pasado verdadero.
Silvine, mi vida (en el sentido literal) le escribí a Adolfito para que nuestra amistad no se duerma. Me atreví a rogarle que te bese (poco: 5 o 6 veces) de mi parte y creo que se dio cuenta de que te amo SIN FONDO. A él lo amo pero es distinto, vos sabés ¿no? Además lo admiro y es tan dulce y aristocrático y simple. Pero no es vos, mon cher amour. Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío. Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette mon amour, pronto te escribiré. Sylv., yo sé lo que es esta carta. Pero te tengo confianza mística. Además la muerte tan cercana a mí (tan lozana!) me oprime. (…) Sylvette, no es una calentura, es un re-conocimiento infinito de que sos maravillosa, genial y adorable. Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré. Pero te quiero, oh no imaginás cómo me estremezco al recordar tus manos que jamás volveré a tocar si no te complace puesto que ya lo ves lo sexual es un “tercero” por añadidura. En fin, no sigo. Les mando los 2 librejos de poemúnculos meos –cosa seria. Te beso como yo sé i a la rusa (con variantes francesas y de Córcega).
O no te beso sino que te saludo, según tus gustos, como quieras.
Me someto. Siempre dije no para un día decir mejor .
Ojo: esta carta tu peut t’en foutre et me répondre à propos des hormigas culonas.
Sylvette, tu es la seule, l’unique. Mais ça il faut le dire: Jamais tu ne rencontreras quelqu’un comme moi –Et tu le sais (tout)
(Et maintenant je pleure. Silvina curame,
ayudame, no es posible ser tamaña supliciada -)
Silvina, curame, no hagas que tenga que morir ya.


P.S.
Besos a Martha. Cómo está? Ignoro por qué la evoco estos días. Decile que Historia del Arte es, chez nous, una carrera que conduce derechamente a la mierda. Lo averigüé ad hoc - ad joch.
Silvette
(de "Correspondencia Pizarnik", Ivonne Bordelois. Editorial Planeta, Buenos Aires, 1998).