sábado, 23 de marzo de 2019

El llanto fracasado (Poema de Jaime Sabines)


El llanto fracasado

Roto, casi ciego, rabioso, aniquilado,
hueco como un tambor al que golpea la vida,
sin nadie pero solo,
respondiendo las mismas palabras para las mismas cosas
          siempre,
muriendo absurdamente, llorando como niña, asqueado.
He aquí éste que queda, el que me queda todavía.
Háblenle de esperanza.
Díganle lo que saben ustedes, lo que ignoran,
una palabra de alegría, otra de amor, que sueñe.

Todos los animales sobre la tierra duermen.
Sólo el hombre no duerme.
¿Han visto ustedes un gesto de ternura en el rostro de un
          loco dormido?
¿Han visto un perro soñando con gaviotas?
¿Qué han visto?

Nadie sino el hombre pudo inventar el suicidio.
Las piedras mueren de muerte natural.
El agua no muere.
Sólo el hombre pudo inventar para el día la noche,
el hambre para el pan,
las rosas para la poesía.

Mortalmente triste sólo he visto a un gato, un día,
          agonizando.
Yo no tengo la culpa de mis manos: es ella.
Pero no fue escrito:
Te faltará una mujer para cada día de amor.

Andarás, te dijeron, de un sitio a otro de la muerte
buscándote.
La vida no es fácil.
Es más fácil llorar, arrepentirse.

En Dios descansa el hombre.
Pero mi corazón no descansa,
no descansa mi muerte,
el día y la noche no descansan.

Diariamente se levantan los montes, el cielo se ilumina
el mar sube hacia el mar
los árboles llegan hasta los pájaros.
Sólo yo no me alumbro, no me levanto.

Háblenle de tragedias a un pescado.
A mí no me hagan caso.
Yo me río de ustedes que piensan que soy triste
como si la soledad o mi zapato
me apretaran el alma.

La yugular es la vena de la mujer.
Allí recibe al hombre.
Las mujeres se abren bajo el peso del hombre
como el mar bajo un muerto,
lo sepultan, lo envuelven,
lo incrustan en ovarios interminables,
lo hacen hijos e hijos...
Ellas quedan de pie,
paren de pie, esperando.

No me digan ustedes en dónde están mis ojos,
pregunten hacia dónde va mi corazón.
Les dejaré una cosa el día último,
la cosa más inútil y más amada de mí mismo,
la que soy yo y se mueve, inmóvil para entonces,
rota definitivamente.
Pero les dejaré también una palabra,
la que no he dicho aquí, inútil, amada.

Ahora vuelve el sol a dejarnos.
La tarde se cansa, descansa sobre el suelo, envejece.

El amenazado (Poema de Jorge Luis Borges)






El amenazado

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.


Los nueve monstruos (Poema de César Vallejo)


Los nueve monstruos


Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.


Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.


Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rosseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!


Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.


El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar...
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardido¹!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.

La vida bajo la sensación del vacío (Nahui Olin)




LA VIDA BAJO LA SENSACIÓN DE VACÍO

–Como la vida es monótona, nada me cautiva, todo me aburre.–Soy una víctima de la necesidad de amar y de comprender esa prisión que es este mundo. Ese suplicio se debe a que nada me es suficiente. He amado tanto que todas mis fuerzas se han agotado; ya no tengo amigos: mis intimidades son demasiado secretas para que alguien las penetre. Todo me es indiferente; no ambiciono nada, ni siquiera la muerte.

–Nada me es nuevo, he abusado demasiado de mis sensibilidades. Tengo un deseo ardiente de correr como una insensata a través de una selva virgen, allá gritaría con todas las fuerzas de mi alma, lloraría un mes, un año, hasta recaer en la tranquilidad, allá pensaría mucho, ya no vería a nadie y estaría sola con todo un nuevo mundo maravilloso tal como soy; y no tendría más escalofríos al oír las palabras que no dan remedio a mi mal. Recuerdo Francia, ¡oh! Francia querida, lugar de ilusiones, me moriría si no te volviera a ver. Hace mucho tiempo que dejé el mundo, quiero apartarme de los humanos para vivir en la soledad de tus multitudes. París, ¡oh! Paraíso de toda inteligencia grande o pequeña, eres huésped complaciente de un palacio de magias que se llama París.–

Cuando pueda contemplar el horizonte sin una palabra que me turbe, ¿me bastará el océano entero para distraer, sumergir mis dos ojos en el mar? Necesito interrogar a mi espíritu, comprenderlo. En mi casa vivo muriendo, navegando por el océano sin saber adónde, sin hallar las miradas de mis padres o de mi familia. Detesto el yugo, sea el que sea y venga de donde venga. Quiero ser, conservar mis sensaciones en un invernadero caliente como mi corazón.–

¿Por qué escribir todavía, haciendo garabatos siempre sobre una hoja de papel? Mi mano quiere traducir mis pensamientos; el infinito puede resumirse en una frase, una hoja, un libro, una biblioteca, nosotros no podemos comprender tampoco el infinito, y los vocablos, las palabras que sirven apenas para expresar las necesidades de nuestro cuerpo son elementos inadecuados para alcanzar una distancia sub límites, una duración sin fin. Ésta es la razón por la que, al querer traducir mis pensamientos en palabras, ellas son opacas, sin armonía alguna como la de los sonidos. Las vibraciones de nuestro cerebro llegan así a este otro mundo que no es nuestro infinito.–


À dix ans sur mon pupitre

¿Quién te agita? (Nahui Olin)



¿QUIÉN TE AGITA?

–¿Quién te agita, oh, espíritu mío? ¿Es el amor? Es la sed feroz de comprender, de saber más hasta llenar el inmenso vacío, hasta sobrepasarlo completamente. Tú amas, tú crees amarlo todo y nada te basta. Quieres sumergirte en los pensamientos de Pascal, Voltaire, Renan, Platón y Aristóteles para saciar tu razón, para practicarla, para engrandecerla, para animarla de una vida que le es necesaria, para demostrarle que el pensamiento humano es infinito, que ella puede seguir aprendiendo, sabiendo, sintiendo, razonando, que nada le bastará, y que al final de mi carrera no habrá aprendido, sabiendo lo que habría podido aprender. Quiero vaciar en mí misma hasta los últimos jugos de las bellezas del arte de las obras humanas; sí, quiero sentir lo que todos han sentido. Después de haber aprendido hay que aprender siempre. Me moriría de dolor si se me privara de esta vida intelectual, de toda fuente de filosofía, poesía, juicio, estudio, razonamiento; seguramente moriría disecada como una planta sin aire.–

À dix ans sur mon pupitre

viernes, 1 de marzo de 2019

ÍCARO (Poema de Yukio Mishima)




Ícaro

¿Será, entonces, que pertenezco a los cielos?
¿Por qué, si no, persistirían los cielos
en clavar en mí su azul mirada,
instándome, y a mi mente, a subir
cada vez más, a penetrar en la bóveda celeste,
tirando de mí sin cesar hacia unas alturas
muy por encima de los humanos?
¿Por qué, cuando se ha estudiado a fondo el equilibrio
y se ha calculado el vuelo hasta sus últimos detalles
de manera a eliminar todo elemento aberrante:
por qué, con todo, este afán de remontarse
ha de parecer, en sí mismo, tan próximo a la locura?

Nada hay que pueda satisfacerme;
toda novedad terrena pierde en seguida su encanto;
me siento atraído hacia arriba sin cesar, más inestable,
cada vez más cerca de la refulgencia del sol.
¿Por qué me abrasan, estos rayos de razón,
por qué me destruyen estos rayos?
Pueblos y sinuosos ríos allá abajo
me parecen tolerables a medida que aumenta la distancia.
¿Por qué suplican, consienten, me tientan
con la promesa de que puedo amar lo humano
viéndolo únicamente, así, a lo lejos
aunque la meta nunca pudo ser el amor,
ni, de haberlo sido, podría yo haber
pertenecido jamás a los cielos?

No he envidiado al ave su libertad,
ni anhelado nunca la comodidad de la naturaleza,
impulsado no por otra cosa que por el extraño anhelo
de subir y subir, más cerca cada vez, para zambullirme
en el profundo azul del cielo, tan opuesto
a toda alegría de los órganos, tan alejado
de los placeres de la superioridad,
pero siempre hacia arriba,
aturdido, tal vez, por la vertiginosa incandescencia
de unas alas de cera.

¿O es que yo,
al fin y al cabo, pertenezco a la tierra?
¿Por qué, si no, habría de darse la tierra
tanta prisa en abarcar mi caída?
Sin conceder espacio para pensar o sentir,
¿por qué la blanda, indolente tierra
me saludaba con una sacudida de chapa de acero?
La tierra blanda ¿se habrá vuelto de acero
sólo para hacerme ver mi propia blandura?,
¿para qué la naturaleza pueda hacerme comprender
que caer -no volar- está en el orden de las cosas,
algo mucho más natural que esa pasión imponderable?
El azul del cielo ¿será un sueño y nada más?
¿Era un invento de la tierra a que yo pertenecía,
por causa de la provisoria, candente embriaguez
alcanzada brevemente por unas alas de cera?
¿Instigaron los cielos ese plan de castigarme
por no creer en mí mismo
o por creer demasiado;
ansioso de saber a quién debía yo lealtad
o suponiendo, vanidosamente, que ya lo sabía todo;
por querer volar
hacia lo desconocido
o lo conocido;
ambos una misma mota, azul, de idea?