Bukowski
Sé de sobra que un poema más no agrega ni
quita nada a tu figura heroica, a tu andar cansino por los límites de la
condición humana. Vaya con un poema, te has de decir, a mí de qué diablos me
sirve un poema, lo último que yo quiero es un poema habiendo cosas mucho más
interesantes: como una anforita de agreste mezcal, cierta tanga aún olorosa a
esa extraña mixtura, o apenas unas notas, aunque sea unas cuantas, del maese
Mozart, mi favorito, el señor Mozart, que en mis oídos dejara acaso la mejor
noticia del mundo: la música. Para qué diablos un poema. Cierto. De qué te
sirve a ti un poema cuando en cambio le podríamos pedir a cierta chava —no te
la vas a acabar cuando te la presente— que se ponga sus medias y su vestido
azul, y lenta, pero muy lentamente, se desnude para ti, que se plante ante el
espejo y se desnude pensando en ti: que pase por tu nariz cada ropa de la que
se desprenda, que unte en tu rostro inmundo la seda oliente a mujer, y luego
que lleve tus manos hacia sus senos y te obligue a masajearlos, a oprimirlos, a
lastimarlos —le encanta, en serio le encanta. Con eso te levantas, maestro
Bukowski, con eso regresas a tu imperio. Mejor que con un poema, si ahí donde
estás ahora está prohibida la lectura, si ahí tienen buen gusto y sólo admiten
la compañía de los que se atreven a tocar la dicha. Pero ni modo, he aquí tu poema,
sólo por llevarte la contraria, por no dejarte reposar en paz, por invocarte y
estropear tu vida eterna:
Tú tienes la
culpa, Charles Bukowski.
Donde estés ahora, en este momento que las palabras
caminan por sí solas y parecen
negarte, yo te traigo hasta mí
te invoco y te conmino
a que me abras el pecho y extraigas
mi corazón
este oscuro corazón que late sólo
para ofrecerte su sangre,
para amarte de rodillas
y hacer el amor con la madre que te parió.
Bukowski
observa la noche y las mujeres que te esperan
justo donde tus pasos por fin digan ya.
Observa y descubre lo que existe ahí,
exactamente ahí,
en el centro de la noche,
en el punto más lejano de la oscuridad.
Pero no te detengas más de la cuenta.
no confíes en nadie,
menos en un poeta que trata de seducirte,
de incrustarse en tu alma.
Te debo mucho
por eso mismo sería inmensamente feliz
destruyéndote
deteniéndote mientras otro te golpea.
Has dejado muchas y largas noches.
Páginas desafiantes de belleza,
en las que aún es posible percibir
tu execrable tufo.
Caídas, azoro, pudor —nadie como tú
ha escrito en forma tan elocuente del pudor—,
jirones de vida,
bares en los que campea el último trago.
Balzac habría besado tus labios
—Mozart también.
Bukowski, déjame terminar este vaso de whisky
antes de correr a tu lado. No me dejes solo.
No ahora.
Donde estés ahora, en este momento que las palabras
caminan por sí solas y parecen
negarte, yo te traigo hasta mí
te invoco y te conmino
a que me abras el pecho y extraigas
mi corazón
este oscuro corazón que late sólo
para ofrecerte su sangre,
para amarte de rodillas
y hacer el amor con la madre que te parió.
Bukowski
observa la noche y las mujeres que te esperan
justo donde tus pasos por fin digan ya.
Observa y descubre lo que existe ahí,
exactamente ahí,
en el centro de la noche,
en el punto más lejano de la oscuridad.
Pero no te detengas más de la cuenta.
no confíes en nadie,
menos en un poeta que trata de seducirte,
de incrustarse en tu alma.
Te debo mucho
por eso mismo sería inmensamente feliz
destruyéndote
deteniéndote mientras otro te golpea.
Has dejado muchas y largas noches.
Páginas desafiantes de belleza,
en las que aún es posible percibir
tu execrable tufo.
Caídas, azoro, pudor —nadie como tú
ha escrito en forma tan elocuente del pudor—,
jirones de vida,
bares en los que campea el último trago.
Balzac habría besado tus labios
—Mozart también.
Bukowski, déjame terminar este vaso de whisky
antes de correr a tu lado. No me dejes solo.
No ahora.
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