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No, yo no voy en este cuerpo que
me lleva, ni toco en el agua un elemento que fluye y se estanca hasta morir. A quien ves, cuando me
miras, es aquel rostro que te doy por miedo jamás ver tu calavera que finge
ojos verdes, húmedos lentos sobre tu boca que recita letanías entre incienso y
campanas que están en mí. Oigo tu voz idéntica en vos, ajena a mi memoria que
te quiere inmóvil. Si me siguieras, si llegaras a mi cristal. En su casa de
Fulgores, ¿quién podría decir: yo, me siento el yo de mi rostro para vos?
Estaría en vos y hablaría a aquel mi cuerpo que cree poseerme. Terrible si
alguna de tus almas, huyendo de la eternidad que nos persigue en la infinita
repetición, no siente la ausencia, la ausencia del viento y el sonido caer en
cuerpos imaginarios, muertos y errantes en la noche inmortal.
Si alguien me preguntara qué soy; porque ciertas sombras marean; le diría: no soy todo, ni nada, ni algo. Con mi cristal soy el planeta que te lleva por mares a tierras de oro y rapiña y el horizonte te lo doy yo.
(De El Himalaya o la moral de los pájaros, Libro
Primero, El Sol A ntiverbal)
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