jueves, 22 de marzo de 2018

Desnuda (Poema de Roque Dalton)


Desnuda

Amo tu desnudez
porque desnuda me bebes con los poros
como hace el agua
cuando entre sus paredes me sumerjo.

Tu desnudez derriba con su calor los límites,
me abre todas las puertas para que te adivine,
me toma de la mano como un niño perdido
que en ti dejara quietas su edad y sus preguntas.

Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo
pasa a ser mi universo, el credo que me nutre;
la aromática lámpara que alzo estando ciego
cuando junto a las sombras los deseos me ladran.

Cuando te me desnudas con los ojos cerrados
cabes en una copa vecina de mi lengua,
cabes entre mis manos como el pan necesario,
cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.
El día en que te mueras te enterraré desnuda
para que limpio sea tu reparto en la tierra,
para poder besarte la piel en los caminos,
trenzarte en cada río los cabellos dispersos.

El día en que te mueras te enterraré desnuda
como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.

El hombre (Poema de Enriqueta Ochoa)

El hombre
para Wenceslao Rodríguez

¿Qué ha visto el hombre?
Nada.
Ciego y desnudo llegó,
desnudo y ciego se irá
del polvo al polvo.
Un gesto de ternura podría salvar al mundo,
pero el hombre jamás bajó los ojos
a ese pozo de luz.

—Llorarás, le dijeron,
mas no es fácil llorar.
Llorar es desprenderse,
irse en ríos de uno,
y el hombre sólo sabe
devorar y perderse.

No conoce más muros
que los que cercan su ciudad en sombras
y hasta allí ha bajado a envejecer,
a morir en sí mismo,
a sepultarse testarudo,
mientras la soledad circula por su cuerpo
como el viento por una casa en ruinas.
Yo insisto,
un gesto de ternura podría..., de pronto,
me irrito, tiemblo, río, me quebranto.
Yo soy el hombre.



1955

La habitación del suicida (Poema de Wislawa Szymborska)


La habitación del suicida 

Seguramente crees que la habitación estaba vacía.
Pues no. Había tres sillas bien firmes.
Una lámpara buena contra la oscuridad.
Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos.
Un buda despreocupado. Un cristo pensativo.
Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda.
¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones?

Seguramente crees que no había libros, cuadros ni discos.
Pues sí. Había una reanimante trompeta en unas manos negras.
Saskia con una flor cordial.
Alegría, divina chispa.
Odiseo sobre el estante durmiendo un sueño reparador
tras las fatigas del canto quinto.
Moralistas,
apellidos estampados con sílabas doradas
sobre lomos bellamente curtidos.
Los políticos justo al lado se mantenían erguidos.

No parecía que de esta habitación no hubiera salida,
al menos por la puerta,
o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.

Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar.
Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.

Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba.
Y si yo te dijera que no había ninguna carta.
Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.

Ciudad sin nombre (Poema de Leopoldo Panero Torbado)


Ciudad sin nombre

A Gerardo Diego.
Como en una ciudad sin nombre,
mi corazón va pensando y amando.
Estoy triste y busco la causa de mi tristeza.
Quiero saber por qué es tan dulce tu palidez, amiga mía.
Por qué, como nieve en el lago, es tan hermosa tu mirada.
Por qué me acuerdo de tus ojos si no te he conocido nunca.
Por qué te quiero si no existes.
Recuerdo vagamente los días juveniles,
cuando la muerte daba a mis pasos una sombra alegre,
cuando mis lágrimas tenían un sabor semejante a la dicha,
cuando apoyado tan temprano en el umbral de mi dolor,
aspiraba la hermosura que venía no sé de dónde,
como un caballo al galope sobre la llanura silenciosa de mi corazón,
y piafando, arrancándoseme de la mano que acariciaba su leve torso de paloma,
escapaba no sé hacia dónde tampoco,
alejándose siempre más de mi alma!
¡Ah, quién pudiera todavía,
ahora, todavía, en este momento de dolor,
oír el susurro leve de aquel golpe ávido,
resonando a la orilla del río,
al pie de las murallas dolorosas y grises,
entre los chopos que latían junto al roce del agua!
¡Quién pudiera, sobre su lomo plateado,
apartarse de ti para siempre, tristeza mía,
olvidarse de ti para siempre, ciudad hermosa y quieta, tristeza mía!


Lola Paniagua (Poema de Roberto Bolaño)


Lola Paniagua
 
Contra ti he intentado irme alejarme
la clausura requería velocidad
pero finalmente eras tú la que abría la puerta.

Estabas en cualquier cosa que pudiera
caminar llorar caerse al pozo
y desde la claridad me preguntabas por mi salud.

Estoy mal Lola casi no sueño.