Concentración de la cólera
A José Revueltas
Odio y amo. ¿Por qué lo
hago?, preguntas acaso.
No sé. Pero siento que es hecho, y me torturo.
CATULO
Hoy me calzo de cólera.
Hoy me visto de viento.
Corro bajo de una luz de bengala
que alumbra mi presencia desconcertada
con el grito colgado de los dientes,
atravesado por una bayoneta.
Trastabilleo
hasta chocar con un carro
donde bajan hombres armados
que comienzan a golpearme.
Bosques enteros son derribados en mi cerebro.
Me descubro la cara para saber más.
Hoy conozco en carne propia a mi país.
Por eso estoy con esta hacha incrustada en el cráneo,
oliendo y tocando la fatiga que ha hundido el pico
en uno de mis costados.
¿Qué año es?
El polvo ha entrado en mi garganta a cubetazos.
Para reconocerme tengo que pararme frente a un espejo,
preguntarle a mis amigos si me han visto pasar.
Pero ellos no me responden.
Tampoco pueden hablar.
Sus heridas, igual que las mías,
se abren con un mínimo esfuerzo:
cuando desnucan a un colibrí con los dedos,
cuando desnudan a una muchacha.
No pueden responderme desde la cárcel,
porque el carcelero
les ha roto las costillas a culatazos.
Un tren no me deja respirar.
Otro no me deja dormir,
desgarra mi piel,
entra por el túnel de mi boca,
se descarrila en mi corazón;
rompe las celdillas de mis pulmones,
atraviesa mi carne,
cae al vacío,
cae a mis pies
que están clavados en la tierra.
Me apeo del tren en el lado norte de la ciudad.
Todavía con olor a campesino,
con el morral al hombro,
voy descubriendo la ciudad,
la ciudad va desnudándose.
Un culatazo me derriba.
Esto es México.
No escribo con palabras.
Las palabras no sirven para nada.
Sólo sirve el odio,
una mano sobre un libro,
una pintura que nombra lo indecible,
una mujer con un libro entre las piernas.
Delante de una copa
sorbo la poesía
recién descubierta
como una estatua de ira.
¿Cuántos ojos
son mis ojos,
cuántas bocas
tienen mi rostro,
cuántas,
qué innumerables
piernas me sostienen?
¿Con qué hoz corta la espiga,
los cabellos de estas palabras,
hasta dejar el papel limpio,
vacío,
cayendo,
sin caer.
En una cámara oscura,
en el espacio sideral?
Hoy viajo en el testuz del aire,
como un pez alado.
Toros despliegan arcoiris y lluvias.
Se embisten unos a otros, mugiendo, enrojeciendo nubes.
Parecen muchachos golpeándose, dándose de lanzazos.
Hoy conozco otra ciudad, que me hace palidecer.
Es como una barra de plata o de hielo
porque se deshace en mis pelos.
Ahora estoy tras las rejas de una prisión,
comiendo una asquerosa comida,
con la colcha llena de chinches.
¿Todavía vamos a besarnos, muchacha?
¿Dónde, amor
voy a acariciarte,
si han quemado tu cama,
clausurado tu cuarto,
derruido el edificio?
No pases la lengua por mi pecho, porque me hieres.
No alcanzo tu cuello.
No puedo moverme.
Siento tu respiración, tus ansias.
Pero tú también estás muerta.
Te me deshaces de tanta fatiga,
al contacto de mi mueca.
Nos arrastramos tratando de alcanzarnos,
pero cuando llegamos al sitio donde nos esperábamos,
ya no hay sitio,
ni cuerpos,
ni amor.
Levanto un brazo, y nada.
Levantas una pierna, y te alejas cojeando.
Nos han engañado.
Nos han envilecido, castrado, ensuciado.
Manco estoy, lejano, ido.
No habito aquí,
sino en otra galaxia,
viajando en la copa de algún planeta.
¿Quién dispara esa ametralladora?
¿Quién conduce ese tanque de guerra?
Corro a cuatro pies,
me trepo a un árbol dando alaridos,
hundo la cabeza en el agua.
Tengo frío, humo, primavera.
Huelo a piedras, a perro, a pintura.
Es mejor cortarse los dedos de las manos
y empuñar un arma con la boca,
los ojos o las orejas.
Es mejor correr sin piernas.
¿De dónde diablos he llegado?
Vallejo, Vallejo,
aún te dan duro con un palo,
la cárcel se ha hundido
junto con tus costillas
no sé a dónde.
El hambre no ha podido matarte.
Ni siquiera el suero,
las jeringas,
las sondas,
las transfusiones
podrán revivirte,
hacerte andar como ellos quieren.
Vallejo,
sin embargo,
sin nada,
muerto y olvidado,
tú eres la cólera, la rebelión.
Enterrado estoy, mordiéndome los puños.
Asisto a mi funeral en una caja de pino.
¿Escuchas?
Es un tren que silba en la madrugada.
El tren que puede ser un caballo, o un cometa, o una hormiga.
¿Qué estoy diciendo?
Escribo sobre mi cadáver,
que dócilmente me sirve de mesa.
Mi cadáver llorándome.