viernes, 1 de marzo de 2019

ÍCARO (Poema de Yukio Mishima)




Ícaro

¿Será, entonces, que pertenezco a los cielos?
¿Por qué, si no, persistirían los cielos
en clavar en mí su azul mirada,
instándome, y a mi mente, a subir
cada vez más, a penetrar en la bóveda celeste,
tirando de mí sin cesar hacia unas alturas
muy por encima de los humanos?
¿Por qué, cuando se ha estudiado a fondo el equilibrio
y se ha calculado el vuelo hasta sus últimos detalles
de manera a eliminar todo elemento aberrante:
por qué, con todo, este afán de remontarse
ha de parecer, en sí mismo, tan próximo a la locura?

Nada hay que pueda satisfacerme;
toda novedad terrena pierde en seguida su encanto;
me siento atraído hacia arriba sin cesar, más inestable,
cada vez más cerca de la refulgencia del sol.
¿Por qué me abrasan, estos rayos de razón,
por qué me destruyen estos rayos?
Pueblos y sinuosos ríos allá abajo
me parecen tolerables a medida que aumenta la distancia.
¿Por qué suplican, consienten, me tientan
con la promesa de que puedo amar lo humano
viéndolo únicamente, así, a lo lejos
aunque la meta nunca pudo ser el amor,
ni, de haberlo sido, podría yo haber
pertenecido jamás a los cielos?

No he envidiado al ave su libertad,
ni anhelado nunca la comodidad de la naturaleza,
impulsado no por otra cosa que por el extraño anhelo
de subir y subir, más cerca cada vez, para zambullirme
en el profundo azul del cielo, tan opuesto
a toda alegría de los órganos, tan alejado
de los placeres de la superioridad,
pero siempre hacia arriba,
aturdido, tal vez, por la vertiginosa incandescencia
de unas alas de cera.

¿O es que yo,
al fin y al cabo, pertenezco a la tierra?
¿Por qué, si no, habría de darse la tierra
tanta prisa en abarcar mi caída?
Sin conceder espacio para pensar o sentir,
¿por qué la blanda, indolente tierra
me saludaba con una sacudida de chapa de acero?
La tierra blanda ¿se habrá vuelto de acero
sólo para hacerme ver mi propia blandura?,
¿para qué la naturaleza pueda hacerme comprender
que caer -no volar- está en el orden de las cosas,
algo mucho más natural que esa pasión imponderable?
El azul del cielo ¿será un sueño y nada más?
¿Era un invento de la tierra a que yo pertenecía,
por causa de la provisoria, candente embriaguez
alcanzada brevemente por unas alas de cera?
¿Instigaron los cielos ese plan de castigarme
por no creer en mí mismo
o por creer demasiado;
ansioso de saber a quién debía yo lealtad
o suponiendo, vanidosamente, que ya lo sabía todo;
por querer volar
hacia lo desconocido
o lo conocido;
ambos una misma mota, azul, de idea?


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